La puerta se abrió de repente, a sus espaldas, y giró ante el ruido y el movimiento que percibió detrás suyo. Y al girar, la vio.
Todo su mundo se transformó en ese instante. Su mente, en frenesí; sus movimientos, en suspenso; su voz, enmudecida; y su mirada, paralizada. En ese instante el reloj se detuvo, los ruidos cesaron y el gran río, al fondo, no corrió más.
Todo fue en el momento sublime en que la vio, saliendo de esa puerta, estrenando una mirada imposible de olvidar y una sonrisa que lo invitaba a acercarse.
Y se acercó muy despacio. Sus cinco sentidos abarcaron a esa mujer de blanco y lo sumergieron en una atmósfera nueva que giraba alrededor de los dos.
Toda de blanco. Toda una expresión de ternura. Toda una emanación de sensualidad. Toda una musa para la imaginación.
Caminó y flotó para que la viera. Miró y sonrió para que la persiguiera. Brindó y tomó para que la deseara. Descansó y durmió para que la contemplara. Despertó y susurró para que la persiguiera.
Y lo llevó a las nubes, de donde no bajó sino cuando los ruidos de la novembrina mañana le indicaron que debía recuperar el sentido.
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