LA MURALLA DERRUMBADA


Una historia bordada con alma y vida

Protegida por la oscuridad de una noche que pronto cederá su lugar al sol, se desliza con un movimiento perfecto y silente hacia el cuerpo que tiene al lado. Al llegar, encuentra, sin buscarlo, un rincón por donde, inexplicablemente, su cabeza entra y se acomoda suavemente.
Él la recibe y quiere dormir pero no puede porque se da cuenta de que es el inicio de un momento que debe vivir. Ella cierra los ojos, pero tampoco duerme. Es una hora mágica en el amanecer de la llanura.
El incomparable inicio del día surge en medio de las sombras y acaba cuando el sol ya asciende imparable. Un período de más de tres horas durante el cual escucharon mil sonidos, hablaron mil susurros, hicieron mil movimientos y miraron mil imágenes. Fueron dos viviendo la vida, como si ése fuese su último amanecer.
Era el amanecer en los dominios del cumare, cuando la luz llegó en medio de voces suaves y cuando apareció por primera vez, saliendo de las brumas, sonriendo suavemente, insinuando su intimidad, danzando entre telas blancas y trepando ágilmente, la pequeña felina que se apoderó de la mañana. Es la misma que siguió apareciendo posteriormente y cada vez con movimientos más suaves y precisos.
Se mueve lentamente, el cabello cayendo en parte sobre su cara, mirando fijamente, levantando con gracia musical sus piernas, hasta acomodarse en su sitio preferido, allá arriba.
Cuando está en la cumbre, sonríe, avanza, retrocede y se balancea hasta que se encaja y forma un puente que la une con otro mundo. Y se ve feliz. Se siente feliz, Se escucha feliz. Rompe sus vidas anteriores en fragmentos irreparables y viaja camino de una plenitud que ni ella puede explicar.
Ese viaje celestial, hacia la inmensidad, es el segundo que emprendió desde su asombrosa transformación del año diez, y casi que paralelo a otro viaje, éste sí terrenal, pero compuesto, como aquél, de varias etapas. En la primera, descendió en medio de precipicios y túneles hacia la puerta de la enorme llanura, cantó a unas tierras nuevas para ella y retornó a la enorme urbe. Hizo un paréntesis rural en el oriente agreste y montañoso -donde alguna noche de su segunda vida tuvo una cita con estrellas y mariposas-, pero una voz imperiosa la hizo correr de regreso, para que viviera la segunda etapa, la que empezó en una tarde sin itinerario, persiguiendo al gran río en su recorrido hacia el norte.
En este segundo capítulo del viaje terrenal, ve al río lejano, a su izquierda, como una gran cinta blanca que forma un valle; lo ve bajo sus pies, agresivo, café y ruidoso en la mañana del cielo ondaima; lo ve a su derecha, más calmado, poniéndole límites a la cordillera; lo atraviesa de nuevo, más ancho y tranquilo, al borde de la puerta de oro departamental; lo busca en las tinieblas del puerto donde la reciben como reina en el castillo de Arce; lo contempla de nuevo inmensamente ancho en el territorio de Berrío, y se maravilla con su magnífico paso en la madrugada barrameja, al lado de los pescadores.
Después de diez jornadas intensas de su nueva vida, vivió una tercera etapa en la tierra templada bordada de cafetos, en cuya perla descubrió que su otro viaje, el celestial, de anocheceres impetuosos y amaneceres lentos, estaba cambiando aceleradamente, superando los obstáculos que la naturaleza protectora había puesto, para descubrir que había una ruta alegre por la cual la felina seguiría ascendiendo a las nubes.
En la cuarta etapa se dirigió a las montañas verdes donde él la esperaba, refugiado en lo alto de una decena. Y allá encontró lo que nunca había experimentado: el camino a la plenitud ya no tenía escollos y le permitió ser transportada por encima de las nubes y los cielos, al planeta donde nunca pensó llegar. Y de nuevo fue la pequeña felina, pero mucho más ágil, con movimientos impensados, encajada a fondo en la felicidad que emergía de la vida y se sintió llena de una energía diferente. Se transforman, sin que lo perciba, sus ojos, su cara, su piel, su sonrisa, su alma y su vida.
Si se puede hablar de un punto de inflexión en su vivir, ése fue; de un día de cambio de rumbo, ese martes; de una hora en la que todo se enloqueció, la del mediodía; de un mes que no deberá olvidar, el del dios Jano; de un lugar donde vibró, allá arriba, ascendiendo al número diez.
Fueron dos sus viajes simultáneos, cada uno de cuatro capítulos. Llanura, río, café y montaña los enmarcaron. Y al fin de ese recorrido, pudo comprender la intensidad de las sensaciones que desconocía, criticaba, distorsionaba, temía y prejuzgaba.
Pero es justo advertir que ambos viajes, el terrenal y el celestial, tuvieron un prólogo en medio del calor, muy cerca del mismo río amigo, un fin de semana, el último diez del año diez, al que acudió con su mente confundida y temerosa, y donde sufrió por la inquietud de su mente y por la férrea barrera que cerró sus caminos, pero de donde salió decidida a vivir.
Bajo el influjo poderoso de una vida que ya no quería, había formado una muralla infranqueable, construida con cimientos de décadas oscuras, paradigmas tatuados en su corazón e inconfesables mitos fijados a su cerebro por antepasados inmersos en el oscurantismo, por arciprestes de temerosos discursos, torcidos pensamientos y presbiterales atavíos, y por misteriosas féminas de aparente sublimidad y escudos monacales.
Pero ella decidió, en algún momento de su segunda vida, que era hora de tumbar la muralla y la fue derribando progresivamente, hasta que, por feliz coincidencia, cuando ya había debilitado los cimientos de esa ignominia, se encontró con la posibilidad de entrar en el prólogo del diez del diez, donde la enorme pared empezó a venirse abajo. Y unió a su poderoso mortero mental, la fuerza extra que le generaron sus dos periplos: el terrenal, loco y vivencial, y el celestial, alucinante y sensual, donde su cerebro ganó tanta fuerza que se hizo invencible y donde solo escombros quedaron de la fortificación.
Un proceso difícil de vivir con cualquier otra mujer fue el que conoció el desquiciado explorador que la acompañó en esas rutas y quien tenía el reto de colaborar en el surgimiento de los nuevos tiempos. La recibió temerosa y acorazada, la sintió evolucionar ansiosa y desprejuiciada, y la vio convertirse en una felina feliz, trepando sin temores hacia las alturas, aprovechando unos caminos antes torturantes ahora convertidos en suaves senderos.
La historia empezó en el diez, tuvo un prólogo en un diez, experimentó diez jornadas antes de sentir que ya no había barreras para vivir, y tuvo el momento de graduación de su tercera vida en el diez, al lado de la calle diez. Nunca imaginó cuánto significado podría tener un número.
Es ahora más felina, con nuevas ideas que le asaltan su enloquecido cerebro, que por años no tuvo esas preocupaciones. Vive intensamente cada momento. Se sumerge tanto en cada episodio solemne, que ya no construye barreras sino una laguna, cada vez más grande y cada día más llena de agua mágica. La laguna no cabe en su embalse y se desborda en cataratas magníficas, sorpresivas, estremecedoras e indefinibles, sobre las cuales ella ignora que son un premio que le tenían reservado los moradores del Olimpo para cuando decidiera navegar por las galaxias.
Cuando él ya ha bebido parte de esa laguna y se ha bañado con otra cantidad de ese líquido fascinante, piensa en lo que ha visto de esa felina, que despertó a una nueva vida cuando ni ella misma podía imaginarlo. Y la película de esa transformación increíble empieza a pasar por su mente, y la ve, la siente, la escucha, la toca, la recuerda, la oye, la observa, la recorre, la saborea, la guía y se da cuenta de que sólo ahora, la puede conocer.
La recuerda sentada en la terraza, en las jornadas del prólogo, vestida de negro, en apariencia firme, en realidad dubitativa, con ojos indecisos, corazón acelerado y manos que sólo tocan el aire.
La recuerda nerviosa, a su lado, en el amanecer que cantaron mil voces, y la ve apremiada por demostrar sus habilidades de inmodesto chef.
La oye hablar con una voz diferente de la que siempre tuvo. Un delicado sonido generado en su alma y provocado por los temblores de su mayor cofre, protegido por lustros en la sombra, pero ahora descubierto y anhelante de luz vital.
La siente pegada a su piel, adherida con fuerza, imposible de separarla cuando el sol está naciendo y la dota de rayos adhesivos.
La lleva de la mano a que vea, toque y sienta, y ella se deja, al principio, temerosa; al otro día, confiada, y a la semana siguiente, alegre.
Se deja guiar por ella debajo de una fuente donde al fin su tacto deja de aprisionar sólo el aire y se dedica a cuidar y pulir su nuevo imán, dándose cuenta de que lo puede transfigurar.
La ve gozar del paisaje de montes impresionantes que desembocan en un nuevo clima de planicies sin límite, donde sonríe y canta, bebe vino y sueña, se enfurece y se calma, duerme agotada y revive entusiasta.
La recorre despacio, acompañado de manjares y vinos, atraído por la sensación de descubrirla y conocerla a fondo, gracias al cuidadoso trabajo que ella hizo para despejar todos los recodos de su paraíso.
La siente deslizarse hacia él en ese amanecer en el que se convirtió en felina y en otras madrugadas oscuras que se iluminan al tiempo que ella escala.
La ve caminar con un ritmo diferente, apoyada en un rojo que le brinda un aire juvenil, atravesando con paso alegre una plaza cuyo aire huele a victoria.
La escucha, sorprendido, cuando llega presurosa a contar que luce prendas pensadas sólo para alterarlo más, para que no resista su color, sus dimensiones y su apariencia, y goce con la imagen de la vena que sube al infinito.
La lleva por calles estrechas y pendientes, atiborradas de historia, en tardes grises que invitan a visitar pequeños lugares para calentar las almas y refrescar las gargantas.
La saborea despacio y por todos sus rincones, la noche en la que ella se dejó llevar a las alturas guiada por el impacto lácteo de sabores que la suavizaron.
La conoce a fondo, y más allá de cualquier atmósfera, en un mediodía alucinante, con el paisaje urbano al fondo, al paso que le enseña nuevas danzas rituales para el nuevo cuerpo de su nueva vida.
La sueña de blanco, el color que le debe dar un fulgor voluptuoso y que ostentará en nuevas jornadas, concebidas para paladear sabores vitales y navegar misteriosas rutas.
Está seguro de que toda esta historia fue bordada con alma y vida. Y si tuviera que sintetizarla en una frase lo suficientemente explicativa, diría que una muralla muy bien edificada, con cimientos que parecían fuertes y con un sistema de defensa siempre en alerta, se vino abajo en corto tiempo. Lucía tan poderoso ese paredón que pensar en su desmoronamiento era ilógico. Y sin embargo, cuando empezó a caer, quedó en evidencia que ni sus soportes, ni sus defensas, ni su estructura eran tan sólidas como parecían. Lo que hizo fuerte a la muralla durante tantos lustros no fue su arquitectura, sino la leyenda que surgió a su alrededor y los mitos de tiniebla que la aislaban del mundo.
Todo eso se fue al suelo. Cayó la muralla que no quería caer. Otro mundo, con un aire más limpio, surgió de esas ruinas. Antes de las jornadas marcadas por el diez, sus almenas eran recorridas por una vigilante sombría. Ahora, sobre las ruinas de esa enorme pared salta alegremente una felina vital. Y en ese mismo espacio construye, con delicadeza, un palacio del que no quiere salir.
Ж Ж
ВИДА

UNA MUJER DE BLANCO

La puerta se abrió de repente, a sus espaldas, y giró ante el ruido y el movimiento que percibió detrás suyo. Y al girar, la vio.
Todo su mundo se transformó en ese instante. Su mente, en frenesí; sus movimientos, en suspenso; su voz, enmudecida; y su mirada, paralizada. En ese instante el reloj se detuvo, los ruidos cesaron y el gran río, al fondo, no corrió más.
Todo fue en el momento sublime en que la vio, saliendo de esa puerta, estrenando una mirada imposible de olvidar y una sonrisa que lo invitaba a acercarse.
Y se acercó muy despacio. Sus cinco sentidos abarcaron a esa mujer de blanco y lo sumergieron en una atmósfera nueva que giraba alrededor de los dos.
Toda de blanco. Toda una expresión de ternura. Toda una emanación de sensualidad. Toda una musa para la imaginación.
Caminó y flotó para que la viera. Miró y sonrió para que la persiguiera. Brindó y tomó para que la deseara. Descansó y durmió para que la contemplara. Despertó y susurró para que la persiguiera.
Y lo llevó a las nubes, de donde no bajó sino cuando los ruidos de la novembrina mañana le indicaron que debía recuperar el sentido.